Aulas con rejas
Educación
El centro penitenciario cuenta con ocho maestros que imparten clases a 759 internos durante el curso y funciona como un espacio de Educación de Adultos
“Quiero que pongas que me estoy esforzando mucho, que se tenga en cuenta y que me valoren”. Es la petición que hace a el Día Verónica, una joven de 21 años natural de Rumania, pero criada en Lucena, y que es interna de la cárcel desde hace un año y cinco meses. Se trata de un mensaje que lanza a los maestros que imparten clase en el centro penitenciario de Alcolea de lunes a viernes por aquello de mejorar los resultados en las juntas de tratamiento.
Verónica aparece en la entrevista, concedida en la biblioteca de la cárcel –hasta la que se llega después de recorrer varios pasillos, cruzar un patio en el que hay un huerto ecológico y acceder a otro edificio en el que se distribuyen las aulas a lo largo de pasillos con algunas de sus paredes decoradas con piezas de puzzle de diferentes colores a semejanza de cualquier otro centro educativo–, radiante y vestida como si fuera a tomar algo con los amigos: vaqueros ajustados y top también vaquero, junto a un maquillaje natural, un pequeño bolso de mano y unas gafas de sol a modo de diadema en la cabeza. “Sufrí bullying en el instituto en Lucena, que es una cosa muy dura, y muchas veces haces cosas sin pensar”, empieza.
La joven cumple ahora condena –omite las razones de los delitos cometidos– y, mientras tanto, asiste a clases de Secundaria para sacarse el título oficial –dejó los estudios en último curso de este ciclo antes de iniciar su etapa delictiva– para, una vez obtenido poder conseguir un trabajo cuando salga porque, según ha comprendido después de su paso por la cárcel, “sin estudios no vas a ningún lado”.
“Lo que quiero es un trabajo donde se me respete”, señala sin perder la sonrisa, aunque reconoce que aún no tiene claro a qué podría dedicarse porque le gustan muchas cosas. Antes de ingresar en el centro penitenciario, Verónica se adentró en el mundo de las drogas tras conocer a los 18 años “a una persona 30 años mayor que yo; conocí las drogas y me enganché” y reconoce que no le gustaría “volver a esa vida”.
“Era una niña buena y me gustaba estudiar”, asegura sin perder la sonrisa en ningún instante. Aunque asiste regularmente a las clases, la joven confiesa que los martes no suele acudir porque es la jornada en la que puede estar con su pareja y, claro entre ir a clase y ver a su novio, pues resulta comprensible que tenga la opción de hacer pellas –consentidas– un par de horas. Dice también que aunque no apruebe los próximos exámenes de Secundaria está satisfecha porque, por ejemplo, en el caso de la asignatura de Lengua “ya sé si es un verbo transitivo o no”.
Como un centro de Educación de Adultos
Y sí, en la cárcel de Córdoba –que ocupa un espacio de 300.000 metros cuadrados, de los que 180.000 están construidos– también se aprende y los presos tienen la opción de continuar sus estudios o iniciarlos. A lo largo de este curso, que ya apura sus últimos días, han sido 759 los internos que han recibido clases, aunque el número de matriculados es de unos 550. La cuantía de alumnos varía a lo largo del año debido a la salida de los presos o a su traslado, entre otros factores; por cierto, el número de reclusos en Córdoba es de unos 1.300.
La educación, la formación para el empleo, programas de tratamientos específicos para delitos y el empleo son los pilares fundamentales de este sistema, según explica la directora del centro penitenciario, Yolanda González. En total son ocho los maestros que dan clase en la cárcel. Se trata de un sistema que funciona al igual que los centros de Educación de Adultos y, en este caso, el de la prisión lleva el nombre de Eloy Vaquero, que dirige la docente Maru, quien señala que las clases se imparten de lunes a viernes de 09:00 a 11:00 y de 11:00 a 13:00.
Por cierto, que mientras tanto Verónica no para de halagar la labor que lleva a cabo Maru, que atesora a sus espaldas una más que dilatada trayectoria profesional en el centro penitenciario, y también señala que “hay diferencias en el trato entre los funcionarios y los maestros”.
“La directora de la escuela es maravillosa”, concluye. Mientras, su maestra destaca que la joven está “muy implicada” en todas las tareas y confía en que saque adelante el curso. Es más, saca a la luz el gusto por la danza de la joven y, aprovechar para anunciar que va a hacer una exhibición de baile de su país natal como actividad de fin de curso. No obstante, la actividad docente de Verónica no concluye en las clases, ya que según cuenta por la tarde también asiste a otras actividades o cursos de filosofía que se ofrecen en el centro.
Tres niveles y certificados de profesionalidad
La formación educativa en la cárcel se imparte en tres niveles, al igual que en los centros de Educación de Adultos. En primer lugar está el de alfabetización y de neolectores. En este primer nivel “se trata de personas con problemas de lectoestrictura”, apunta la directora centro penitenciario.
El segundo nivel que se oferta, por su parte, se asimila a los cursos de quinto y de sexto de Educación Primaria, mientras que el tercer y último es el de Secundaria. No obstante, además de la enseñanza reglada también se imparten planes no formales, como clases de tecnología, español para extranjeros, educación vial e inglés básico.
“Es para que adquieran competencias”, expone Joaquín, uno de los docentes que tiene su plaza en la prisión y que durante la visita de este periódico imparte clases de tecnológica básica a un grupo de internos, que aprovechan para asegurar que es “muy buen profesor”.
Junto a esta oferta educativa, en la cárcel también se imparte Bachillerato –este curso han sido 37 los alumnos inscritos– y cursos de formación profesional, con los que se obtienen certificados de profesionalidad en los que, además, no consta que el alumno lo ha obtenido mientras estaba entre rejas. Es un apunte que hace Rafael, gestor de Formación e Inserción Laboral de la cárcel, quien destaca que este año han puesto a disposición del alumnado un total de 19 cursos, que se financian con el Fondo Social Europeo y el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE).
Albañilería, electricidad, fontanería, panadería y peluquería son los más demandados por los internos de la cárcel de Córdoba, según cuenta Rafael, quien destaca la importancia de que una vez que consiguen su diploma acreditativo y cumplen su condena “pueden encontrar trabajo”.
Con estos cursos, continua, “les das una oportunidad de reinsertarse en la sociedad”, al tiempo que recuerda que “son gente que no ha tenido oportunidades”. Como curiosidad, este funcionario señala que dentro de la prisión es el de panadería el curso que más solicitudes tiene porque “luego trabajan aquí en el centro”.
A su lado trabajo Jorge, gestor de servicios, explica que cada uno de estos cursos reglados que se desarrollan tiene una duración de 500 horas y que cuentan con una quincena de plazas.
Un destino a elegir
Pero, ¿cómo un maestro acaba dando clases en un centro penitenciario? Pues, es muy sencillo, como cualquier otro que opte a una plaza y pida este destino. En un improvisado claustro en la sala de profesores, los ocho docentes que dan clases en la cárcel abordan su llegada a este centro. Una de las maestras de Primaria es clara y explica: “Llegas a través de la elección de destino, como cualquier centro”.
En este punto se detiene y expone una de las demandas históricas de este profesorado: que el centro penitenciario sea considerado como de difícil desempeño, una designación que sí tienen otros espacios y que se caracterizan por encontrarse en unas zonas de necesidades educativas preferentes, y que tienen un perfil de alumnado y de familias, que conllevan una especial dificultad en labor docente. Por cierto, que dar clases en este tipo de centros es de carácter voluntario.
Otra de las maestras recuerda que aprobó las oposiciones allá por 2003 y que ha trabajado en otros centros hasta que recaló en la prisión provincial para ejercer su profesión tras un concurso de traslados. “Creemos en la reinserción”, sostiene y subraya que con el desarrollo de su labor también “damos una herramienta para volver a la sociedad”.
Todos estos docentes, además, aprovechan el reportaje para dejar claro que mientras desarrollan su profesión en las aulas del centro penitenciario “no hay inseguridad”.
*El nombre y apellidos de algunos de los profesores, junto al apellido de la interna que aparecen en este reportaje se han suprimido a petición de los protagonistas, a excepción de la directora de la prisión, que ocupa un cargo público.
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